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Las concepciones sobre la infancia y la adolescencia variaban significativamente según la cultura y la región.
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En algunas civilizaciones como la egipcia, los niños eran considerados como una bendición divina y se les enseñaba desde temprana edad las habilidades necesarias para su futuro papel en la sociedad, ya sea como artesanos, agricultores o gobernantes.
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En otras culturas como la griega y la romana, la infancia temprana estaba marcada por cuidados maternales intensivos, pero a medida que los niños crecían, eran preparados para roles sociales específicos según su género y clase social.
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Durante la Edad Media, la infancia y la adolescencia estaban fuertemente influenciadas por la religión y la estructura feudal. La infancia se veía como un período de preparación para la vida adulta, y los niños de familias nobles recibían educación en castillos o monasterios, mientras que los hijos de campesinos a menudo comenzaban a trabajar desde una edad temprana en tareas agrícola.
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El Renacimiento trajo consigo un nuevo enfoque en la educación y la infancia. La infancia se consideraba como un período de inocencia que debía ser protegido, aunque en la práctica, muchos niños trabajaban en fábricas y campos desde una edad temprana. La adolescencia comenzó a ser reconocida como una etapa separada de la vida, marcada por la exploración personal y el desarrollo de habilidades sociales.
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La Revolución Industrial trajo consigo cambios significativos en las concepciones de la infancia y la adolescencia. Las condiciones de trabajo en fábricas y minas eran extremadamente duras para muchos niños, lo que llevó a la promulgación de leyes laborales infantiles para protegerlos.
La adolescencia se convirtió en una fase de transición prolongada, marcada por la educación formal y la exploración de la identidad personal.