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La religión se encargó de reafirmar la creencia de que todo niño nacía con maldad por el pecado original; por eso los padres los dejaban solos, no sentían culpa al éstos accidentarse o llorar (podrían creer que se les había "metido" el demonio), se practicaba con ellos la sodomía y se les asustaba con cuentos de torturas, brujas y el infierno. En casos más extremos (pero rutinarios) se les mataba si su cuidado generaba ansiedad
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Los castigos hacia los niños, en comparación con antes, se tornaron menos severos al admitir que ellos tenían "alma" pero los padres seguían "proyectándose" en ellos y no paraban los azotes. Los niños solían ser dejados o abandonados con otras personas (ej: conventos, familia adoptiva, casa de nobles trabajando como criados desde los 4 o 5 años de edad).
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Con la promoción del humanismo, las leyes contra el infanticidio y la introducción de manuales de crianza infantil, el niño ya no era necesariamente visto como un ser malvado y se intentaba llegar a él a través de la mente para castigar sus malos comportamientos. El mejor cuidado del niño detona un cambio drástico en su supervivencia
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Se comenzó a desarrollar verdadera empatía entre padres e hijos al expandirse el método de la socialización para la crianza del cual derivaron teorías como "la canalización de impulsos" de Freud o la "teoría del comportamiento" de Skinner. La redefinición de los roles en el hogar permite al padre involucrarse más en la vida de su hijo, no sólo ocasionalmente o por motivos educativos.
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La Asamblea General de las Naciones Unidas reconoce al niño como un individuo propio y con derechos, pero aún necesitado del cuidado de ambos padres por lo que surgieron políticas sociales apostándole a la educación infantil y a mejorar las relaciones intrafamiliares. Los padres deben realizar un gran esfuerzo por empatizar con su hijo y proporcionarles los recursos para satisfacer sus requerimientos de desarrollo, recurriendo al diálogo sobre los gritos.