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Bajo el rey Harald Blåtand (Harald Diente Azul), Dinamarca se consolidó como reino unificado en el siglo X. Harald también introdujo el cristianismo en Dinamarca, lo cual fue importante para alinear al reino con otras potencias cristianas de Europa y facilitar relaciones con sus vecinos.
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La Unión de Kalmar fue una alianza entre los reinos de Dinamarca, Noruega y Suecia, establecida bajo el liderazgo de la reina Margarita I en 1397. Esta unión buscaba contrarrestar el poder de la Liga Hanseática y consolidar la influencia danesa en la región. Aunque fue una unión personal (los tres reinos mantenían su independencia interna), la corona danesa dominó la unión, reforzando el poder danés en Escandinavia.
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Tras varios conflictos internos, Suecia abandonó la Unión de Kalmar en 1523, lo que debilitó considerablemente el imperio danés en Escandinavia. La pérdida de Suecia marcó el fin del dominio danés sobre todos los países escandinavos y forzó a Dinamarca a enfocarse en fortalecer sus territorios restantes y expandir su influencia en otras regiones.
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En 1536, Dinamarca adoptó el luteranismo como religión oficial, lo que consolidó el poder de la monarquía sobre la iglesia. En 1660, tras crisis económicas y bélicas, se estableció la monarquía absoluta, fortaleciendo al Estado danés y centralizando el poder.
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Dinamarca promulgó su primera constitución democrática, convirtiéndose en una monarquía constitucional.
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Dinamarca sufrió una derrota en la Segunda Guerra de Schleswig, perdiendo importantes territorios al sur frente a Prusia y Austria, lo que marcó el fin de su ambición territorial en Europa.
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Hoy, Dinamarca es una monarquía constitucional moderna con una democracia parlamentaria estable. Su economía fuerte, políticas sociales avanzadas y participación activa en la comunidad internacional la destacan como un modelo de desarrollo y bienestar.