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El Reino de Asturias, fundado en 718 por Pelayo tras la victoria en la Batalla de Covadonga, fue el primer núcleo cristiano de resistencia frente a la invasión musulmana en la Península Ibérica. Durante los siglos VIII y IX, el reino expandió sus dominios hacia el sur, siendo clave en el inicio de la Reconquista. En el siglo X, el Reino de Asturias dio paso al Reino de León, aunque su legado perduró en la historia de la península.
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De 722 a 1035, los núcleos de resistencia cristianos en la Península Ibérica fueron clave en el inicio de la Reconquista. La Batalla de Covadonga en 722, liderada por Pelayo, marcó el primer éxito cristiano en el norte, estableciendo el Reino de Asturias. A lo largo del tiempo, otros reinos cristianos, como León, Castilla, Navarra y Aragón, se consolidaron como centros de resistencia y expansión frente al dominio musulmán, impulsando la recuperación del territorio perdido.
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El Reino de Pamplona, fundado en el siglo IX, fue uno de los principales reinos cristianos en la Península Ibérica durante los primeros siglos de la Reconquista. En sus inicios, fue consolidado por el rey Iñigo Arista. A lo largo de los siglos, el reino se expandió y fortaleció, y su nombre fue cambiando a Reino de Navarra en el siglo X. Navarra desempeñó un papel importante en la defensa contra los musulmanes y en las luchas internas de la península.
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Los Condados Catalanes fueron un conjunto de territorios en el noreste de la Península Ibérica, inicialmente parte del Imperio Carolingio en el siglo IX. Bajo la autoridad del rey franco, se establecieron los condados de Barcelona, Girona, Osona, Urgel y otros. Con el tiempo, los condes catalanes lograron mayor autonomía, y en el siglo XII, el Condado de Barcelona se unió al Reino de Aragón, formando la base del futuro Reino de Cataluña-Aragón.
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El Reino de Pamplona, fundado en el siglo IX, fue uno de los principales reinos cristianos en el norte de la Península Ibérica durante la Reconquista. Inicialmente, bajo el liderazgo de Iñigo Arista, Pamplona creció en influencia, y con el tiempo, se transformó en el Reino de Navarra. Este reino desempeñó un papel clave en la defensa contra los musulmanes y en las disputas internas de la península, especialmente durante los siglos IX y X.
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El Reino de Aragón se consolidó en 1035, cuando Ramiro I heredó el territorio tras la muerte de su padre, Sancho III de Navarra. Inicialmente, Aragón fue un reino pequeño, pero con el tiempo se expandió hacia el sur durante la Reconquista, incorporando territorios como Zaragoza y Huesca. Su influencia creció bajo los Reyes Católicos, y su unión con el Reino de Castilla en 1469 marcó el inicio de la unificación de España.
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El Reino de León, fundado en el 910 tras la disolución del Reino de Asturias, fue uno de los principales reinos cristianos durante la Reconquista. Su primer rey, Ordoño II, consolidó su poder en el noroeste de la Península Ibérica. A lo largo de los siglos X y XI, León jugó un papel central en la lucha contra los musulmanes, aunque a partir del siglo XI comenzó a declinar debido a la expansión de Castilla y la fragmentación interna. Finalmente, en 1230, se unió al Reino de Castilla.
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De 1037 a 1076, el Reino de Pamplona experimentó importantes cambios. En 1037, Sancho III el Mayor unificó Navarra, León, Aragón y Castilla bajo su control. Tras su muerte en 1035, Navarra se dividió entre sus hijos: García IV quedó con el Reino de Pamplona, mientras que sus hermanos gobernaron los otros reinos. García IV luchó por mantener la independencia de Navarra frente a los reinos vecinos, pero en 1076 fue asesinado, lo que debilitó el reino, que luego pasó a depender de Castilla.
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De 1037 a 1230, los Reinos de León y Castilla vivieron importantes transformaciones. En 1037, el Reino de León fue absorbido por Castilla bajo Fernando I. Tras su muerte en 1065, los reinos se dividieron, pero se reunificaron en 1072 bajo Alfonso VI. A su muerte, Alfonso VII proclamó el Imperio de Hispania, aunque su control fue simbólico. En 1230, tras la muerte de Alfonso IX de León, su hijo Fernando III unió ambos reinos, creando la base de la futura Corona de Castilla.
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De 1037 a 1136, los condados catalanes vivieron un proceso de consolidación y expansión. En 1037, la unión de Ramón Bérenguer I de Barcelona con Blanca de Aragón fortaleció los condados, que aumentaron su territorio. A lo largo del siglo XI, los condes de Barcelona extendieron su influencia sobre varios condados y territorios. En 1137, tras la muerte de Ramón Berenguer IV, el matrimonio con Petronila de Aragón unió los condados catalanes con el Reino de Aragón, formando la Corona de Aragón.
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De 1077 a 1135, el Reino de Aragón y Navarra vivieron importantes transformaciones. En 1076, tras la muerte de Sancho IV de Navarra, el reino fue absorbido por Aragón bajo Pedro I. Durante el reinado de Alfonso I "el Batallador" (1109-1134), Aragón expandió su territorio, incorporando Navarra y otras regiones. A la muerte de Alfonso, Navarra recobró su independencia, mientras Aragón se consolidó como una potencia regional, centrada en el desarrollo territorial y la Reconquista.
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De 1136 a 1300, Navarra experimentó inestabilidad política. Tras la muerte de Alfonso I en 1134, García Ramírez recuperó la independencia del reino. Durante los siglos XII y XIII, Navarra se vio envuelta en conflictos con Castilla y Aragón. A finales del siglo XIII, el reino enfrentó una crisis dinástica, con disputas sucesorias. En 1276, Navarra se dividió temporalmente, pero mantuvo su independencia hasta principios del siglo XIV, cuando pasó bajo la influencia de Castilla.
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De 1138 a 1300, la Corona de Aragón experimentó un periodo de expansión y consolidación. Tras su formación en 1137, con la unión de Aragón y los condados catalanes bajo el matrimonio de Ramón Berenguer IV y Petronila, el reino se expandió rápidamente. En 1238, Jaume I "el Conquistador" incorporó el Reino de Valencia, y en 1276, el Reino de Mallorca fue anexionado. Durante este tiempo, la Corona de Aragón se consolidó como una potencia mediterránea, alcanzando su apogeo en el siglo XIII.
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De 1231 a 1300, el Reino de Castilla y León, unificado bajo Fernando III, experimentó expansión durante la Reconquista, con la conquista de Córdoba (1236) y Jaén (1246). Alfonso X "El Sabio" promovió la cultura, pero su reinado estuvo marcado por conflictos internos y fracasos militares. Sancho IV consolidó el poder real, enfrentando luchas nobiliarias y amenazas musulmanas. La centralización del poder y el fortalecimiento de la relación con la Iglesia caracterizaron este periodo.
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