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La pólvora fue descubierta accidentalmente por alquimistas chinos durante el siglo IX, alrededor del año 850 d.C., mientras buscaban el elixir de la inmortalidad. Estos alquimistas mezclaron salitre (nitrato de potasio), azufre y carbón vegetal, lo que resultó en una sustancia que ardía violentamente. Este descubrimiento no solo marcó el inicio del uso de explosivos, sino que cambió la historia militar y tecnológica para siempre.
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El primer uso registrado de la pólvora en combate ocurrió en China durante el año 904, cuando se utilizó en dispositivos incendiarios como lanzallamas y cohetes rudimentarios. Estos artefactos eran empleados para intimidar y dañar al enemigo, siendo los precursores de las armas modernas. La pólvora permitió a los ejércitos chinos una ventaja significativa en conflictos regionales.
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El conocimiento sobre la pólvora fue documentado formalmente en textos militares como el "Wujing Zongyao", un tratado de estrategia y armamento del siglo XIII. Allí se describen fórmulas detalladas para la elaboración de pólvora, lo que permitió su reproducción precisa y su utilización más frecuente y estandarizada en la guerra. Este paso marcó la transición del uso experimental al uso sistemático y militar.
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A través de la Ruta de la Seda y el intercambio con el mundo islámico, la pólvora llegó a Europa a mediados del siglo XIII. Su llegada supuso una revolución tecnológica en el arte de la guerra. Los europeos comenzaron a experimentar con su uso en cañones primitivos y otras armas de asedio, cambiando para siempre las tácticas militares en el continente.
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En Europa, los alquimistas y militares comenzaron a perfeccionar la composición de la pólvora. Establecieron una fórmula más eficiente: 75% de salitre, 15% de carbón y 10% de azufre. Esta mezcla producía una explosión más potente y constante, lo cual era ideal para el uso en armas de fuego y artillería. Estos avances marcaron el inicio de la pólvora como una herramienta clave en la guerra moderna.
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Se tiene registro del uso de cañones en el sitio de Metz (Francia). Aunque eran muy rudimentarios, estos cañones de mano demostraron el potencial destructivo de la pólvora en los campos de batalla europeos.
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Durante el siglo XV, la pólvora comenzó a utilizarse en armas de fuego personales como los arcabuces. Estas armas, aunque primitivas, representaron un cambio drástico en el combate, ya que permitieron a los soldados comunes portar armas con gran poder destructivo. La introducción de la pólvora en armas portátiles inició la lenta desaparición de la armadura medieval y la caballería pesada.
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Durante el siglo XVII, las potencias europeas empiezan a usar pólvora extensivamente en sus flotas de guerra. Cañones navales se convirtieron en armas cruciales en batallas marítimas, impulsando el dominio colonial de potencias como España, Inglaterra y Portugal.
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En el siglo XIX, se desarrolló una versión mejorada de la pólvora: la pólvora sin humo. A diferencia de la pólvora negra tradicional, esta nueva fórmula (a base de nitrocelulosa) generaba menos residuos al disparar, lo que mejoraba la visibilidad en batalla y evitaba la acumulación de residuos en las armas. Esto marcó un avance crucial en el armamento moderno, y fue adoptada rápidamente por los ejércitos del mundo.
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La pólvora fue fundamental en la creación de armas automáticas. En 1884, Hiram Maxim desarrolló la primera ametralladora completamente automática, que revolucionó la guerra moderna al permitir disparos continuos usando pólvora sin humo.
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Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, la pólvora sin humo fue usada en millones de armas de fuego y artillería. La industria armamentista avanzó enormemente, y la pólvora fue esencial en cada conflicto bélico.
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Hoy en día, aunque ha sido reemplazada en muchos contextos militares por explosivos más potentes, la pólvora negra sigue usándose en fuegos artificiales, recreaciones históricas y minería. Su legado continúa presente tanto en la ciencia como en el entretenimiento.