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Tú lo quisieras vuelto en alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho. -
¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos! -
El viento hace mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
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Lo he olvidado todo
por hacerme cuna. -
¡Se va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacia campana
cerrada a cuanto no somos nosotros. -
Son un óleo tardo
y no un vino mis venas,
y siento que mi vida se va huyendo
callada y dulce como la gacela. -
Era la flor llameando del cactus de montaña; era aridez y fuego; nunca se refrescaba.
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La perdiz duerme en el trébol
escuchándole latir:
no te turben mis alientos,
¡duérmete apegado a mí! -
Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y qué lindo niño veo
a tus ojos asomar -
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale el decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!