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En sociedades ancestrales, la enfermedad era atribuida a la intervención de espíritus malignos o fuerzas invisibles, lo que dio lugar a prácticas místicas como rituales, conjuros o incluso trepanaciones para liberarse de estos entes. Según Volcy (2007), hallazgos arqueológicos, como cráneos trepanados, evidencian cómo el curanderismo chamánico—basado en esa visión demoníaca—era la única forma de terapia percibida posible en esa época
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Con el auge del comercio y la urbanización, comenzaron a registrarse epidemias devastadoras como la peste bubónica y el cólera. Surgió entonces la teoría del miasma, que atribuía las enfermedades a vapores tóxicos o aires contaminados provenientes de aguas estancadas, basura y materia en descomposición. En el ámbito agrícola, se pensaba que las emanaciones de pantanos o suelos en mal estado eran las que propagaban enfermedades en los cultivos.
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Se creía que el curso de los astros, alineaciones planetarias o fases lunares podían influir directamente en la aparición de enfermedades o plagas. Volcy menciona la permanencia de este pensamiento hoy reflejado en los “horóscopos agrícolas”: guías basadas en eventos astrales para determinar siembras, tratamientos del suelo y prevención de enfermedades.
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Con la institucionalización de la religión en culturas como Mesopotamia, Egipto o Grecia, la enfermedad pasó a interpretarse como un castigo divino. En el mundo vegetal, se atribuía a las deidades la responsabilidad de proteger o castigar los cultivos afectados por plagas o marchitez. Volcy destaca este vínculo entre conducta moral, oración y enfermedad, tanto en humanos como en plantas.
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La salud dependía del equilibrio de los cuatro humores (sangre, bilis, flema, bilis negra). Esta noción se extendió a las plantas, donde se identificaba que el desequilibrio de “jugos” en el vegetal causaba enfermedades. Volcy indica que en la India se aplicaban tratamientos como miel o leche para “bilis” y sustancias amargas o picantes para “flema”, siguiendo la vieja máxima de contraria contrariis.
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La clasificación de las enfermedades a lo largo de la historia ha buscado organizar su conocimiento. En medicina y fitopatología se intentó primero agruparlas según causas sobrenaturales o divinas, luego por síntomas visibles y finalmente por agentes causales específicos. Con el avance de la microbiología se estableció una taxonomía científica basada en hongos, bacterias, virus, nematodos y otros agentes patógenos.
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El concepto moderno de enfermedad en plantas se define bajo la Tríada de la enfermedad: 1) Huésped susceptible (planta predispuesta a enfermarse), 2) Patógeno virulento (organismo capaz de causar daño) y 3) Ambiente favorable (condiciones ambientales que permiten el desarrollo de la enfermedad). Si uno de los tres factores falta, la enfermedad no se desarrolla. Este modelo fue consolidado en el siglo XX con el avance de la fitopatología científica.
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Con los avances en microscopía y experimentación, científicos como Louis Pasteur (1822–1895) y Robert Koch (1843–1910) demostraron que los microorganismos eran la causa necesaria y suficiente de muchas enfermedades. Pasteur probó que ciertos microorganismos eran responsables de fermentaciones y epidemias, mientras que Koch formuló los postulados para comprobar experimentalmente la relación entre un germen y una enfermedad.
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Antes de Pasteur y Koch, hubo investigadores que ya habían realizado experimentos pioneros en fitopatología. Por ejemplo, en 1807, Prevost demostró que la caries del trigo se producía por las esporas de un hongo, al inocularlas y reproducir la enfermedad. Estos trabajos fueron relegados en su momento, pero hoy se reconocen como fundamentales porque anticiparon la teoría microbiana aplicada a las plantas.
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Con el progreso de la biología, la ecología y la agronomía, se entendió que la enfermedad no depende de una sola causa, sino de la interacción de múltiples factores: el agente patógeno, la susceptibilidad del huésped (humano o planta) y las condiciones ambientales. Este modelo de causalidad múltiple se consolidó en la fitopatología moderna y dio lugar al conocido triángulo de la enfermedad (patógeno–huésped–ambiente).