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Surgió la idea de que los líderes nacen, no se hacen. Se creía que el liderazgo era una cualidad hereditaria o innata de ciertas personas extraordinarias.
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Se empezó a analizar qué características personales eran comunes en los líderes efectivos. La motivación era vista como un impulso personal del líder.
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Se centró en cómo actuaban los líderes en lugar de sus cualidades internas. Aquí se empezó a vincular la comunicación efectiva con el estilo de liderazgo (autocrático, democrático y laissez-faire).
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Se entendió al liderazgo como parte de un sistema mayor. La comunicación pasó a verse como una red estructurada en la organización.
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Se reconoció que no hay un solo estilo de liderazgo efectivo. El estilo debía adaptarse a la situación y las características del grupo.
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El líder debe clarificar el camino para que los subordinados logren sus metas. Aquí se enfatiza la motivación extrínseca y la comunicación clara.
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Los líderes transformacionales inspiran y motivan más allá de recompensas. Se enfocan en el crecimiento personal y la visión compartida.
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Daniel Goleman introduce el concepto de inteligencia emocional como clave del liderazgo efectivo, especialmente para comunicar con empatía y motivar desde la conexión emocional.
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Hersey y Blanchard fortalecen la idea de que el líder adapta su estilo según el nivel de madurez del equipo (motivado y competente).
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Hoy los líderes deben inspirar equipos multidisciplinarios, comunicarse de forma digital y fomentar la mejora continua en un entorno global y cambiante.