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[...] En ocasiones, después de haber tomado mi acostumbrado baño, me sentaba toda la mañana en el umbral de mi puerta hasta que el sol llegaba hasta lo más alto,[...]
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Los rayos que se filtran a través de la persiana no serán recordados cuando ésta sea quitada [...]
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El día avanzaba como en espera de alumbrar alguna obra mía; era por la mañana, y hete aquí que se había hecho la noche, y de nada memorable quedaba constancia.
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Ciertamente, si siempre nos ganáramos la vida y reguláramos ésta de acuerdo con el último y mejor de los modos aprendidos, jamás nos molestaría el fastidio.
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[...] la mayoría de los objetos que nos son familiares parecen mucho más interesantes fuera que dentro de la casa.
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Mi casa se alzaba en la ladera de una colina, junto al borde de un gran bosque, en medio de una joven arboleda de pinos y nogales, y a eso de unas cuarenta perchas casi del lago al que conducía, colina abajo, una estrecha vereda.
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No eran días de la semana, con el sello de alguna deidad pagana, los míos; no se desmenuzaban en horas ni les apresuraba el tictac del reloj.
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Por lo general suelo dirigirme al pueblo siguiendo su terraplén y, por así decir, ese es mi vínculo con la sociedad.
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Jamás había visto un lugar tan triste y apartado; toda la gente había desertado; ¡con decir que ni siquiera se oía el silbido del tren!
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Me siento refrescado y relajado cuando el tren de carga pasa traqueteando por mi lado y puedo oler las mercancías que aroman el trayecto que recorre [...] Me siento más bien habitante del mundo, a la vista de tanta palma como
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¿Quién no se levantaría temprano, y más aún, cada uno de los días sucesivos de su vida, hasta hacerse increíblemente sano, rico y sabio?
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[...] En vez de ventana o persiana que llevara el temporal, un pino arrancado de raíz o quebrado como combustible, detrás de la casa. En vez de quedar sin sendero a la puerta de entrada con la gran nevada, ninguna puerta, ni porche delantero, ni sendero alguno al mundo civilizado.