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Esta etapa se desarrolla durante el nacimiento del Estado Nacional. Después de conflictos armados internos, surgió la necesidad de cohesionar a una población heterogénea, con inmigración masiva y diferencias regionales profundas.
De esta manera la finalidad de la escuela fue integrar y homogeneizar culturalmente a toda la población, formar una identidad nacional común y asimilar a inmigrantes en los valores de la “nación blanca, europea y civilizada” que impulsaban las élites. -
El modelo de ciudadanía se asentaba sobre la base de una democracia delegativa, donde el pueblo ejerce su soberanía sólo a través de representantes, sin deliberación directa (“El pueblo no delibera ni gobierna”). Por otro lado la ciudadanía era entendida como obediencia y respeto a la ley, no como participación.
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Se presentaba a la escuela como espacio libre de ideología, pero en realidad transmitía el ideario de los vencedores en las guerras internas. El objetivo era evitar conflictos políticos dentro de las instituciones, pero también controlar el contenido ideológico.
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Dentro de los establecimientos se impartía una educación moral y cívica centrada en virtudes como disciplina, respeto a la autoridad y amor a la patria. Además, se reforzó el discurso patriótico mediante rituales patrios, efemérides y símbolos como mecanismo de unificación.
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La formación ciudadana mantenía la orientación moralista y disciplinaria. Existía una escasa conexión con la realidad política concreta (no se analizaban luchas sociales, huelgas o conflictos políticos); además, del predominio de un “patriotismo abstracto” y de la adhesión al orden social vigente.
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Las prácticas escolares, como los actos escolares y manuales, transmitían una visión única de la historia nacional, destacando héroes y gestas oficiales. El conflicto político se ocultaba o se simplificaba como algo del pasado.
El rol del estudiante era ser el destinatario pasivo de la enseñanza. Se esperaba que fuera un futuro trabajador obediente, no un ciudadano deliberativo. -
A partir de este momento aparece una ruptura central dentro del modelo educativo: el fin de la “neutralidad” escolar. La política partidaria ingresó de forma explícita y masiva a las aulas.
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Las primcipales transformaciones podían observarse en los manuales, afiches y actos escolares, que exaltaban la figura de Perón y Eva Perón, así como las políticas sociales del gobierno. De esta maneta el presente político pasó a ser parte central del currículum y de la vida escolar.
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Este proceso presentó como avance una mayor visibilidad de lo político, pero no desde la pluralidad: se reemplazó el patriotismo abstracto por propaganda partidaria. La palabra divergente se anuló; no se promovió la deliberación ni el disenso. Además, se reforzó la idea de que la educación cívica debía formar adhesión y lealtad al liderazgo político vigente.