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La familia de Jesús tuvo que emigrar a Egipto huyendo de la persecución de Herodes. En términos económicos, esto significó adaptarse a una nueva realidad: probablemente José debió realizar trabajos manuales temporales para sostener a la familia en un contexto extranjero. Esto refleja la vulnerabilidad económica de los migrantes en tiempos antiguos.
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El nacimiento de Jesús se da en un contexto marcado por el censo ordenado por César Augusto, cuyo objetivo principal era registrar a la población para el cobro de impuestos. Esto muestra que desde antes de nacer, su vida ya estaba vinculada a un sistema económico basado en la tributación al Imperio Romano.
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Tras la muerte de Herodes, la familia volvió y se estableció en Nazaret. La economía en Galilea se basaba en la agricultura de subsistencia, pastoreo y oficios manuales, pero estaba marcada por fuertes impuestos al Imperio Romano y a las élites locales. Muchas familias vivían en pobreza, trabajando duro para sobrevivir mientras parte de sus ingresos se destinaba a tributos.
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En Judea se realizó otro censo con fines fiscales, lo que generó rebeliones contra Roma (movimiento de Judas el Galileo). Esto refleja el peso económico del sistema de impuestos en la región donde creció Jesús.
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Aunque es un episodio más religioso que económico, muestra que su familia tenía recursos limitados, pero podían hacer el viaje a Jerusalén siguiendo la tradición. Este desplazamiento implicaba gastos en transporte y manutención, lo que refleja sacrificios económicos de una familia humilde.
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Durante la infancia de Jesús, José ejercía como tekton (carpintero/artesano), un oficio manual con ingresos modestos. La familia pertenecía a la clase trabajadora rural, sin grandes privilegios, lo que marcó la vida de Jesús en un contexto de austeridad. Desde pequeño conoció las dificultades económicas de los trabajadores humildes.
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En toda la niñez de Jesús, la economía de Palestina estuvo condicionada por el sistema romano: altos impuestos, concentración de tierras y desigualdad social. Los campesinos y artesanos debían entregar parte de su producción como tributo, mientras las élites religiosas y políticas se beneficiaban. Este entorno de pobreza generalizada influyó en la visión de justicia y equidad que Jesús desarrolló en su vida adulta.