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El Imperio romano de Occidente surgió en el 285 d.C., cuando Diocleciano dividió el imperio para facilitar su gobierno. Su capital pasó de Roma a Rávena, mientras sufría invasiones bárbaras, crisis económicas y luchas internas. Aunque heredó la cultura y administración romanas, perdió poder frente al Imperio de Oriente (Bizancio). Finalmente, en 476 d.C., el último emperador, Rómulo Augústulo, fue depuesto por Odoacro, marcando el fin del Imperio romano occidental.
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El papa Gregorio Magno (590-604) fortaleció la Iglesia en tiempos de crisis. Organizó la caridad en Roma, defendió la ciudad de los lombardos y administró con eficacia los bienes eclesiásticos. Reformó la liturgia, impulsó el canto gregoriano y consolidó la autoridad papal. Además, promovió misiones como la evangelización de los anglosajones en Britania, convirtiéndose en una figura clave para la expansión del cristianismo y el poder del papado medieval.
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En 711, tropas musulmanas dirigidas por Tariq ibn Ziyad cruzaron el Estrecho de Gibraltar y vencieron al rey visigodo Rodrigo en la batalla de Guadalete. Así comenzó la ocupación islámica en la Península Ibérica, que dio origen a al-Ándalus. Bajo el Emirato y luego el Califato de Córdoba, la región vivió un florecimiento cultural, científico y agrícola, dejando una profunda huella en la historia y la identidad de la península medieval.
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Carlomagno (c. 747–814) fue rey de los francos y lombardos y, desde 800, emperador del Sacro Imperio Romano. Unificó gran parte de Europa occidental mediante campañas militares y consolidó el cristianismo. Impulsó reformas administrativas, educativas y religiosas, promoviendo el renacimiento carolingio. Su gobierno fortaleció la alianza entre Iglesia y poder secular, dejando un legado duradero en la política y cultura de Europa.
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El 25 de diciembre del año 800, en la basílica de San Pedro en Roma, el papa León III coronó a Carlomagno como “Emperador de los Romanos”. Este hecho marcó la unión entre el poder franco y la Iglesia, y el renacer de la idea imperial en Occidente tras la caída de Roma. La coronación dio origen al Sacro Imperio y consolidó la autoridad de Carlomagno como defensor del cristianismo y figura central en la política europea medieval.
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El inicio de las Cruzadas se sitúa en 1095, cuando el papa Urbano II, en el Concilio de Clermont (Francia), llamó a los cristianos de Europa a tomar las armas para liberar Jerusalén y ayudar al Imperio bizantino frente a los turcos selyúcidas. La respuesta fue masiva y en 1096 partió la Primera Cruzada, que culminó con la conquista de Jerusalén en 1099. Este momento marcó el comienzo de casi dos siglos de expediciones militares cristianas hacia Oriente.
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Tomás de Aquino (1225–1274) fue un filósofo y teólogo italiano, destacado representante de la escolástica medieval. Combinó la filosofía de Aristóteles con la doctrina cristiana, desarrollando obras como la Suma Teológica y argumentos sobre la existencia de Dios, la moral y la ley natural. Su pensamiento influyó profundamente en la Iglesia y la filosofía occidental, sentando bases duraderas del conocimiento racional y religioso.
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El fin de las Cruzadas se sitúa a finales del siglo XIII, con la caída de Acre en 1291, última fortaleza cristiana en Tierra Santa. Tras varios fracasos y la pérdida de Jerusalén y otras ciudades, las expediciones militares hacia Oriente cesaron. Aunque continuaron pequeñas campañas aisladas, las Cruzadas concluyeron formalmente, dejando profundas consecuencias: debilitamiento de Bizancio, fortalecimiento del comercio europeo y el legado cultural y religioso en Oriente y Occidente.
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El inicio de la Peste Negra se sitúa en 1347, cuando barcos genoveses que llegaban a los puertos de Sicilia y el sur de Italia transportaron ratas infectadas con la bacteria Yersinia pestis. La enfermedad se propagó rápidamente por Europa, el norte de África y Asia, causando la muerte de aproximadamente un tercio de la población europea. Su expansión estuvo favorecida por la falta de higiene, la guerra y el comercio, dejando profundas consecuencias sociales, económicas y culturales.
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El fin de la Peste Negra no se puede fijar en un día exacto, pero se considera que su gran ola terminó alrededor de 1353 en Europa. La enfermedad dejó entre un tercio y la mitad de la población muerta y transformó la sociedad: escasez de mano de obra, aumento de salarios, cambios en la agricultura y fuerte impacto en la Iglesia y la cultura. Aunque la peste regresó en brotes posteriores, el periodo de 1347–1353 marcó la fase más devastadora de la pandemia.
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Isabel la Católica (1451–1504) fue reina de Castilla junto a Fernando de Aragón, formando la unión de los Reyes Católicos. Consolidó el poder monárquico, promovió la unidad religiosa y completó la Reconquista con la toma de Granada en 1492. Patrocinó el viaje de Cristóbal Colón, iniciando la expansión española en América, y fortaleció el prestigio internacional de Castilla, dejando un legado político, religioso y cultural duradero.
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La Caída de Constantinopla ocurrió el 29 de mayo de 1453, cuando el Imperio otomano, dirigido por Mehmed II, conquistó la ciudad, último bastión del Imperio bizantino. La caída marcó el fin del Imperio romano de Oriente, consolidó el poder otomano y transformó el comercio en Europa, motivando la búsqueda de nuevas rutas hacia Asia. Fue un hecho decisivo que cambió la política, la economía y la cultura europea y mediterránea.
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El Descubrimiento de América ocurrió el 12 de octubre de 1492, cuando Cristóbal Colón, al servicio de los Reyes Católicos de España, llegó a lo que hoy se conoce como las islas Bahamas, creyendo haber alcanzado Asia. Este hecho marcó el inicio de la exploración europea y la colonización del continente americano, transformando la economía, la política y la cultura mundial, y dando inicio al intercambio transatlántico de bienes, personas y conocimientos conocido como el Encuentro de Dos Mundos.