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Vendimia
“En octubre fui a vendimiar a los prados de la ribera del río, y me cargué de racimos, más preciosos por su belleza y fragancia que como alimento. Admiré allí también, aunque no los tomé, los arándanos, pequeñas gemas de cera, aderezo de las hierbas del prado, nacaradas y rojas…” -
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Los castañares
“Era fascinante el recorrer en esa estación los por entonces ilimitados castañares de Lincoln que ahora duermen su sueño eterno bajo el ferrocarril, hato al hombro y vara en la mano, para abrir las cáscaras espinosas, pues no siempre aguardaba a las heladas” -
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Los arces
“Ya para el primero de septiembre vi a dos o tres arces pequeños del otro lado de la laguna revestidos ya de escarlata, por debajo de los cuales divergían los blancos tallos de tres álamos que, al extremo mismo de un promontorio, se cernían sobre las aguas.” -
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Progreso
“Ambos compartíamos las labores de la cocina, y yo me complacía viendo elevarse mi obra gradualmente, cuadrada y sólida, y pensando que, si el progreso era lento, el resultado duraría mucho tiempo.” -
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Los artesonados
“Estos artesonados son más agradables a la imaginación y a la fantasía que cualquier pintura al fresco o que una pieza de mobiliario de gran precio. Puedo decir que empecé a habitar mi casa ahora, al recurrir a ella en busca de calor
amén de refugio.” -
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Los salones
“Diríase que hasta el lenguaje de nuestros salones pierde toda su vigencia para degenerar en mera palabrería, pues nuestra vida discurre tan alejada de esos símbolos, y sus metáforas y tropos son tan irreales que más parecen pergeñados por mecanismos sin alma; en otras palabras, ¡queda tan lejos el salón del taller y la cocina!” -
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Varias heladas
“En 1845 Walden se heló completamente por primera vez durante el transcurso de la noche del 22 de diciembre, en tanto que la laguna de Flint, otras menos profundas y el río lo habían hecho ya más de diez días antes. En 1846 fue el día 16; en 1849, hacia el 31; y en 1850, andando el 27 de diciembre” -
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La llegada del invierno
“Acababa de revocar mis paredes cuando, por fin, se instauró plenamente el invierno con toda su crudeza, y el viento empezó a aullar alrededor de la casa como si hasta entonces no le hubiera sido permitido el hacerlo. Noche tras noche aparecían los gansos…” -
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El fogón
“El invierno siguiente, y por economía, me serví de un pequeño fogón para cocinar pues, el bosque, al fin y al cabo no era mío; sin embargo, no conservaba el fuego tan bien como el hogar abierto. Entonces, el cocinar había dejado de ser ya un lance poético para convertirse en simple proceso químico.” -
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La pila de leña
“Todos contemplamos nuestra pila de leña con cierto cariño. A mí me gustaba que la mía se alzara delante de mi ventana, y cuánto más numerosas las astillas tanto más grato el recuerdo de mi trabajo para reunirían. Contaba con una vieja hacha, que nadie reclamó jamás…” -
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El fuego
“A veces, cuando iba a darme una vuelta en una tarde de invierno, dejaba un buen fuego, y a mi regreso, tres o cuatro horas más tarde, lo encontraba aún vivo y resplandeciente. Mi casa, pues, no quedaba desierta siquiera en mi ausencia. Era como si hubiera dejado allá un animoso casero.” -
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Un rostro
“No sólo ocupó espacio aquella estufa, amén de dejar olor, sino que ocultaba el fuego, y yo me sentí como si hubiera perdido un compañero. Siempre es posible descubrir un rostro en las llamas. Airarse en ellas al anochecer, el labrador purga sus pensamientos de la escoria…”