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Heráclito plantea que todo en el universo está en constante cambio y que el logos rige el orden de las cosas. Para él, la sabiduría consiste en “decir la verdad y obrar según la naturaleza” (Fragmentos, frag. 112, p. 12). La identidad humana se forma en el equilibrio entre opuestos.
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En La Ciudad de Dios (350–367), Agustín presenta al hombre como criatura de Dios dividida entre dos amores: el amor a Dios (civitas Dei) y el amor propio (civitas terrena). La historia es una lucha moral y espiritual con sentido escatológico.
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En La República (23–45), Platón propone que el alma humana tiene tres partes: racional, irascible y concupiscible. La justicia consiste en el equilibrio entre ellas, con la razón gobernando. El hombre está orientado al Bien, que es la idea suprema.
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En la Ética a Nicómaco (Libro I), Aristóteles afirma que el ser humano busca la felicidad (eudaimonía) mediante la razón y la virtud. En la Política (Libro IV, caps. I–II), lo define como un zoón politikón, naturalmente inclinado a vivir en comunidad.
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En la Suma Teológica (hjg.com.ar/sumat), Tomás concilia la filosofía aristotélica con la teología cristiana. El hombre es alma y cuerpo, creado a imagen de Dios, y guiado por la ley natural y la gracia hacia su fin último: la vida eterna.