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Ningún filósofo contemporáneo ha ejercido tanta influencia sobre el pensamiento, la cultura, la usanza política y, especialmente, sobre la praxis educativa del mundo civilizado, como el norteamericano John Dewey (1859-1952).
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El impulso quizá más constructivo y eficaz a la renovación pedagógica europea lo dio la que suele llamarse “pedagogía científica” porque en vez de fundarse en tendencias filosóficas o “visiones del mundo” quiso apoyarse esencialmente en los nuevos conocimientos sobre el hombre y el niño, adquiridos sobre todo por ciencias nuevas y vigorosas como la psiquiatría y la psicología.
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Anton Semionovich Makarenko (1888-1939), considerado en la actualidad como el máximo pedagogo de la Rusia soviética, demostró casi constantemente una desconfianza aún mayor que la de Freinet por lo que él llamaba “Olimpo pedagógico”.