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En la antigua Grecia y Roma el concepto de identidad estaba ligado a la ciudadanía y la polis. Se definía a partir del rol en la comunidad política y el cumplimiento del deber cívico.
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En la edad media estaba basada en la religión y el orden divino. La jerarquía social estaba establecida por designio divino; la identidad estaba determinada por el lugar en el orden religioso-social.
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Durante el renacimiento y la ilustración nace el individuo moderno, se introduce la idea del sujeto racional, autónomo y con capacidad de autodefinirse. Se privilegia el pensamiento universal y la razón como base de la identidad.
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La identidad nacional y racial ganan fuerza, la identidad se vincula a categorías biológicas, culturales y nacionales, se consolida la idea de identidades esencialistas: fijas, coherentes y homogéneas.
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La identidad comienza a entenderse como relacional, cambiante, y construida socialmente. Se destaca el papel del poder, el discurso y la diferencia en la construcción identitaria
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La identidad se entiende como fluida, contextual y negociada, surge el debate sobre identidades múltiples e híbridas. Se reconoce el mestizaje, la diáspora y los cruces culturales.
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Se critica el uso estratégico de la identidad en el discurso político y se reflexiona sobre sus usos tácticos y estratégicos, hay enfoques interseccionales: género, raza, clase, sexualidad. Se hace énfasis en la agencia de los sujetos, el reconocimiento de las diferencias, y las políticas de identidad.