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  Desde el principio de la civilización, el hombre ha experimentado la necesidad de medir el tiempo, para así regular sus hábitos y quehaceres. Las primeras civilizaciones agrícolas desarrollaron los primeros calendarios, muy útiles para determinar los períodos de siembra y cosecha. No obstante, pronto se hizo patente la necesidad de contar con instrumentos más precisos que los calendarios, especialmente en la navegación,
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  El primer reloj propiamente tal fue la Clepsidra o reloj de agua, inventado por los antiguos egipcios, que consistía en un recipiente lleno de agua que se vaciaba a intervalos regulares gracias a un orificio practicado en su parte inferior.
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  Más tarde, en el año 1000 a. de C, los sabios del Medio Oriente crearon el reloj de sol; en éste, la sombra de un poste vertical caía sobre una esfera marcada regularmente, moviéndose según transcurría el día. Este reloj fue muy popular en Asia.
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  Otro ingenioso invento fue la vela-reloj, desarrollada por los anglosajones, que consistía en una vela marcada a intervalos regulares, permitiendo así medir el tiempo según se derretía la cera.
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  Alrededor del siglo XIII d. de C. se popularizó el reloj de arena, formado por dos recipientes de vidrio unidos por su parte más estrecha, a través de la cual caía arena. El tiempo que tardaba en vaciarse un recipiente era equivalente a una hora.
