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Uno de los aspectos que me hicieron darme cuenta cuando era pequeña de que el apoyo familiar era muy importante, fue al sufrir una brusca caída en el colegio. Tras la llegada de mi madre a el, me sentí protegida y aliviada teniendo fe en que ella haría lo posible para que yo mejorara.
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Entre los diez y veinte años he cambiado varios aspectos de mi personalidad, y entre ellos me he decantado por centrarme en estudiar Trabajo Social. Actualmente, debido a los estudios estoy viviendo fuera de mi hogar. La independencia que esto supone me ha enseñado a valerme por mi misma; teniendo muy buenas expectativas de futuro.
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Llegados los treinta años, me gustaría encontrarme en un trabajo relacionado con lo que he estudiado, y haber viajado las más veces posibles. Por otro lado, entorno a dicha edad desearía formar una familia.
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Me gustaría seguir formándome en el Trabajo Social e iniciar un voluntariado en el que mostrar a mi familia las diferentes satisfacciones que uno se lleva tras ayudar a personas que lo necesitan.
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A partir de esta edad, a lo más importancia que le doy es a la salud y a la necesidad de haber cumplido todo lo deseado anteriormente.
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Al recordar a mis seres más cercanos que tienen sesenta años, siempre me viene el recuerdo de que retoman el hobbies de viajar, así que me gustaría seguir ese camino.
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Al llegar a esta edad, si mi salud me lo permitiera, me seria satisfactorio compartir el máximo de tiempo posible con mis seres queridos y apuntarme algún deporte como opción para el tiempo libre.
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Reflexionando sobre mis expectativas de futuro respecto a los ochenta años de edad, he llegado a la conclusión que viviré el día a día, ya que, familiares cercanos sobre dicha edad han padecido de enfermedades terminales y la situación me ha hecho valorarlo.