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Fue el estadounidense Benjamin Franklin quien en 1752, con su célebre experimento de la cometa, demostró que la energía de las tormentas y la de las botellas de Leyden eran la misma cosa, instaurando así la ciencia de la electricidad.
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La ley de Ampere abrió el camino hacia la comprensión y la definición matemática del electromagnetismo, lo que en 1881 fue reconocido asignando el nombre de amperio a la unidad de corriente eléctrica.
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Contemporáneo y amigo de Galvani, aunque rival en el terreno científico, el también italiano Alessandro Volta disputó la teoría de la electricidad animal, alegando que la corriente observada en los experimentos de su colega con patas de rana tenía un origen externo. Cuando Volta sustituyó el material biológico por cartón empapado de solución salina, inventó la primera batería, una fuente constante de corriente eléctrica que no dependía de la generación electrostática.
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En la década de 1780, el italiano Luigi Galvani y su esposa, Lucia Galeazzi, describieron la «electricidad animal» como el poder que los nervios transmitían a través de un medio líquido para provocar el movimiento de los músculos.
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La electricidad estática se conocía desde antiguo, pero fue en 1600 cuando el británico William Gilbert se acercó por primera vez a su estudio científico.
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En la segunda mitad del siglo XVIII, científicos como los británicos Joseph Priestley o Henry Cavendish comenzaron a observar experimentalmente que la fuerza de atracción o repulsión entre dos cargas dependía de la magnitud de estas y era inversamente proporcional a la distancia entre ellas, como la fuerza gravitatoria descrita por Isaac Newton. Fue el francés Charles-Augustin de Coulomb quien en 1785 formuló la ley que lleva su nombre.
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Este asunto ya había interesado a científicos como Cavendish, que empleaba su cuerpo para cerrar el circuito y experimentar en propia carne la fuerza del choque eléctrico en cada caso.
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Pero alguien aún debía convertir todo aquel conocimiento en tecnología práctica, y en este campo destacó el inglés Michael Faraday con su desarrollo de lo que sería el motor eléctrico.
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Las ecuaciones de Maxwell, finalmente reducidas a cuatro, recogían y resumían todo el trabajo de sus predecesores para servir como tablas de la ley bajo el reino unificado del campo electromagnético. A su vez, y dado que la ciencia suele ser una construcción colectiva sin principio ni fin, las ecuaciones de Maxwell serían en el siglo posterior uno de los puntos de partida del nacimiento de otra nueva ciencia: la física cuántica.