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En la civilización clásica gozaban de preponderancia los avances técnicos sobre la creatividad, se valoraba la destreza alcanzada antes que lo ingenioso del proceso o del producto.
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En ella el acto de crear estaba reservado exclusivamente para Dios y no se aplicaba a ninguna actividad humana. La innovación era algo totalmente inapropiado y blasfemo.
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Puesto que las obras comienzan a ser subjetivas y el/la autor/a comienza a imprimirle “su sello propio”, comienza a valorarse al/la creativo/a; así pues, las obras comienzan a ser identificadas por su autor/a. El Renacimiento es la época de revolución
creativa.