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La Península Ibérica ya no estaba sometida al poder islámico. Esta época está marcada por la fragmentación política y la guerra. La unidad del antiguo reino visigodo se rompió entre los cristianos del Norte dando lugar a diversos reinos y condados independientes, a veces enfrentados entre sí. Sufrieron el feudalismo que dejaban el poder a la iglesia y la nobleza.
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Con el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (los Reyes Católicos) se termina la Edad Media y comienza una nueva etapa llena de cambios para Hispania.
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Se desarrolló bajo la amenaza de posibles alianzas del reino nazarí con los musulmanes del Norte de África. Esto favoreció el comercio castellano y portugués.
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Con la derrota de los almohades por los reyes cristianos, todo el territorio de Al-Andalus cae bajo su control excepto Granada que resistirá dos siglos manteniendo la existencia de Al-Andalus en la península.
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El califato se separa y Al-Andalus se divide en diferentes reinos musulmanes enfrentados entre sí. Bajo el dominio de los imperios norteafricanos reunifican Al-Andalus, primero por la tribu de los almoravides y después de los almohades.
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Un descendiente de Abderrmán III se proclama califa de los creyentes de Al-Andalus, asume el poder político y religioso y rompe de forma más clara con la dependencia de Al-Andalus.
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Tras el golpe de estado del califato la dinastía Omeya es destronada. En Al-Andalus llega Abderramán, el único superviviente de la familia Omeya, y consigue ser reconocido como gobernante del territorio. Se proclama rey y rompe con la dependencia política con el califato, aunque no llega a titularse como califa por miedo.
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Con el Califato islámico de Damasco que fue cambiado su nombre por Al-Andalus, esto trajo muchos cambios a la península respecto a cultura y el cambio de situación.
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Su máxima autoridad política y religiosa del Imperio islámico era el califa de la familia Omeya y residía en Damasco.
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Con la caída del Imperio romano de Occidente se dió paso a la Edad Media.