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Con un imperio ya debilitado los visigodos aprovechan para hacerse con el poder. Aún así, respetarán la mayor parte de la cultura romana, los visigodos seguirán con sus propias creencias y formas de vida.
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Con la caída del reino visigodo y la llegada de los musulmanes Hispania pasa a llamarse Al-Andalus y comienza una gran inestabilidad política.
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En este periodo el califa de la familia Omeya que residía en Damasco era la máxima autoridad política y religiosa del Imperio islámico. El califa nombraba a un gobernador político y militar (walí).
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Se produce un golpe de estado y el poder pasa a la familia Abbasí. La capital se traslada a Bagdad y con todo esto llega Abderramán, el único superviviente de la dinastía Omeya, consiguiendo ser reconocido como gobernante del territorio. Se proclama emir y rompe con la dependencia política de Al-Andalus con el califato.
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Un descendiente del fundador del emirato, Abderrmán III, se proclama califa y asume el poder político y religioso, rompiendo totalmente la dependencia de Al-Andalus con cualquier otro poder islámico del exterior.
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El califato se separa y Al-Andalus se divide en distintos reinos que están enfrentados entre sí. La unidad se restaura en dos momentos bajo los dominios de imperios norteafricanos, el creado por la tribu de los almoravides y después el de los almohades.
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Los almohades son derrotados por los reyes cristianos, por lo que Al-Andalus cae bajo el control de los reyes cristianos, menos el reino de Granada, que resistió dos siglos más.
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Los reyes católicos toman Granada y comienza otra etapa de guerras y división política. El sistema político es el feudalismo, siendo la nobleza y la iglesia los que obtienen más poder. La unidad del antiguo reino visigodo se rompió entre los cristianos del Norte, dando lugar a diversos reinos y condados independientes,
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A finales de la Edad Media el territorio se divide en cinco reinos: La Corona de Aragón, La Corona de Castilla, el Reino de Portugal, el Reino de Navarra y el Reino de Granada.