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Imagen del territorio ocupado por el Califato de Omeya
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El califa de la familia Omeya que residía en Damasco era la máxima autoridad política y religiosa del Imperio islámico. Al-Andalus era una provincia de dicho imperio al mando de un gobernador político y militar (walí) nombrado por el califa.
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Imagen que ocupaba el Emirato de Córdoba.
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En el califato se produce un golpe de estado y la dinastía Omeya es destronada. El poder pasa a la familia Abbasí y la capital se traslada a Bagdad. Hasta Al-Andalus llega el único superviviente de la familia Omeya, Abderramán, que consigue ser reconocido como gobernante del territorio. Se proclama emir (título equivalente a príncipe) y rompe la dependencia política de Al-Andalus con el califato, aunque no se atreve de dar el paso de adoptar el título de califa, es decir, jefe religioso.
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Imagen de lo que ocupaba el Califato de Córdoba.
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Un descendiente del fundador del emirato, Abderrmán III, da el paso de proclamarse califa de los creyentes de Al-Andalus, es decir, asume el poder político y religioso y rompe de una manera más clara la dependencia de Al-Andalus respecto a otros poderes islámicos exteriores.
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Imagen de lo que ocupaba el Reino de Taifas
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El califato se disgrega y Al-Andalus se divide en distintos reinos musulmanes enfrentados entre sí. En dos momentos la unidad se restaura bajo el dominio de imperios norteafricanos que reunifican Al-Andalus, primero el creado por la tribu de los almoravides y después el de los almohades.
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Imagen de lo que ocupaba el Reino de Granada practicamente hasta su fin
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Derrotados los almohades por los reyes cristianos, todo el territorio de Al-Andalus cae bajo su control, a excepción del reino de Granada, que resistirá aún dos siglos manteniendo la existencia de Al-Andalus en la península.