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Cuando tenía poco más de veintiún años, heredó un emirato al borde de la disolución, y su poder no daba para mucho. A mitad del siglo ix, los conflictos políticos, sociales y entre grupos culturales minaban la unidad del emirato y la autoridad de los emires apenas cubría la capital y su región. La administración había menguado mucho, así como el ejército, reducido a poco más que una banda armada financiada por correrías anuales.
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Su primer objetivo fue romper la coalición antiomeya formada por los grupos árabes de Sevilla y Elvira y por los muladíes, bereberes y cristianos. En esta labor, contó con el apoyo eficaz de su hayib, el eunuco Badr, que se había criado en el alcázar cordobés.
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El verano del 914 y en el 915, el emir no pudo enviar grandes fuerzas contra Ibn Hafsún por la intensa sequía que sufrió el territorio y que impedía el despliegue de grandes unidades, algo que favoreció al rebelde. Las penurias y enfermedades que se extendieron por la región obligaron a los dos bandos a evitar todo combate y parlamentar. Las negociaciones concluyeron con la entrega al emir de 62 castillos, el sometimiento a autoridad de este de Ibn Hafsún y una liga entre ambos bandos.
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El 7 de marzo del 917 el chambelán Badr expugnó Niebla, que se había negado a rendirse. La población, como en otros lugares, recibió el perdón real de Abderramán. Mérida y Santarem también fueron conquistadas. Al mismo tiempo, en el mismo año uno de los visires cordobeses, pariente del emir, dirigió otra campaña por las coras de Tudmir y Valencia, que llevó a la conquista del castillo de Orihuela, la capital provincial.
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El viernes 16 de enero de 929, Abderramán III, a semejanza de sus antepasados, se proclamó sucesor del enviado de Dios, califa y príncipe de los creyentes, presumiendo de tener derechos más legítimos que el califa fatimí de Kairuán y que el califa abasí de Bagdad para asumir dicho título, como descendiente de los omeyas de Damasco. Adoptó asimismo el título del que obtiene la victoria para la religión de Diod,característico del califa
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Dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de Medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el alminar, y ordenó construir la extraordinaria ciudad palatina de Madinat al-Zahra, de la que hizo su residencia hasta su muerte.