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La caída del Imperio romano de Occidente fue el período de declive del Imperio romano de Occidente en que perdió la autoridad de ejercer su dominio y su vasto territorio fue dividido en numerosas entidades políticas sucesoras.
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La conquista del reino visigodo por dirigentes musulmanes del Califato Omeya fue un proceso largo, que duró quince años, del 711 al 726, en el que se llegó a tomar la península ibérica y parte del sur de la actual Francia; si bien lo que era el territorio peninsular del reino estaba ya conquistado en el 720, tras diez años del inicio de la conquista.
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El Reino de Castilla fue uno de los reinos medievales de la península ibérica. Castilla surgió como entidad política autónoma en el siglo ix bajo la forma de condado vasallo de León, alcanzando la categoría de «reino» en el siglo xi. Su nombre se debió a la gran cantidad de castillos que se encontraban en la zona.
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En el año 1095 el papa Urbano II convoca el Concilio de Clermont para pedir a los reyes y nobles de Europa que organicen una expedición militar para liberar los Santos Lugares de la religión cristiana del dominio musulmán.
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Conocido como el Sabio, tuvo una destacada intervención en las campañas militares castellano-leonesas. En el año 1264 estalló una revuelta mudejar en tierras andaluzas, rápidamente propagada al reino de Murcia.
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La peste negra, que se originó en Asia, llegó a Europa en 1347 y se convirtió en uno de los brotes más mortales en la historia de la humanidad. Por 400 años la epidemia apareció y desapareció matando a millones de personas.
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La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos, ocurrida el martes 29 de mayo de 1453, fue un hecho histórico que, en la periodización clásica, y según algunos historiadores, marcó el fin de la Edad Media en Europa y el fin del último vestigio del Imperio romano de Oriente.
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En el siglo XV Cristóbal Colón, que había leído mucho de la literatura geográfica y teológica de su tiempo y tenía una extensa experiencia marítima, creía que podía seguir un rumbo hasta Asia hacia el oeste a través del Atlántico. Al no obtener respaldo para su proyecto en Portugal, decidió trasladarse a España, donde las favorables circunstancias políticas y la buena fortuna lo llevaron ante los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, que dieron su apoyo a la iniciativa.