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Ya en 1689, la Carta de Derechos, o Bill of Rights, había limitado los poderes de la monarquía inglesa y fortalecido los del Parlamento.
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La Declaración de Independencia de Estados Unidos, en 1776, proclamaba la igualdad de todos los seres humanos. Dios lo había dotado de derechos irrenunciables, entre ellos, la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
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Francia daría a luz la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en los inicios del proceso revolucionario que acabó con la monarquía absoluta. Con todo, a la sensibilidad contemporánea le saltan a la vista ciertas contradicciones. Nada se dice sobre las mujeres, ni tampoco sobre la esclavitud, que no sería abolida en Francia hasta 1794.
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El mundo estaba conmocionado en 1945. La Segunda Guerra Mundial había terminado, pero nunca hasta entonces la humanidad había experimentado la muerte y la destrucción a una escala tan descomunal.
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La liberación de los campos de concentración nazis dejó al descubierto el horror perpetrado contra los judíos y otras minorías. Auschwitz se convirtió en el símbolo por excelencia de hasta dónde podía llegar el ser humano en una matanza a gran escala. Todos estos crímenes hicieron patente la ausencia de un reconocimiento internacional de los derechos humanos, es decir, los derechos que posee cualquiera solamente por el hecho de ser persona, con independencia de su nacionalidad.
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El 10 de diciembre de 1948, las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En su preámbulo, el documento manifestaba la necesidad de que los seres humanos, libres de la miseria y del temor, disfrutaran de la libertad de expresión y la libertad de conciencia. No hay que perder de vista que se trataba solo de una declaración. Eso implicaba que los países no estaban obligados jurídicamente a cumplirla.
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La Declaración Universal pretende marcar un ideal para todas las naciones. Se ha señalado también su carácter limitado, por centrarse en los derechos políticos y civiles, pero no tanto en los económicos y sociales. Aun así, continúa siendo un referente indispensable para reivindicar ante la comunidad internacional las necesidades de grupos e individuos.
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La ONU vio la necesidad de completarla en los años siguientes con textos de carácter más concreto. Así, en 1952 se aprobaba la Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer, o, siete años más tarde, se adoptaba una declaración de derechos de los niños.