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Los valores se aprenden a lo largo de la vida, pero no sólo de manera receptiva, sino que se van construyendo y se ven influidos por el entorno social. Los valores no son hereditarios, hay que descubrirlos, formarlos, construirlos y modificarlos en la vida diaria.
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Podemos decir que todos y todas desarrollamos un sistema personal de valores, el cual rige en gran medida nuestras creencias, comportamientos y formas de reaccionar ante los problemas. Mientras más se asemejen nuestros valores con nuestros actos, nuestra vida personal será más consistente y mejor.
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Las personas pueden llegar a clarificar o esclarecer sus propios valores si realizan un proceso de reflexión sobre éstos, a fin de tomar conciencia y ser responsables de aquello que piensan, juzgan, aceptan o rechazan. La clarificación puede darse en tres fases:
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Primero identificar qué valor está en juego, elegirlo libremente observando las alternativas existentes y considerando las consecuencias que puede traernos a nosotros y a los demás; optar por una u otra de las alternativas posibles. Hay que pensar, no sólo en consecuencias utilitarias, sino también en aspectos de carácter emocional, o de conciencia, que nos hacen «sentir bien» porque actuamos congruentemente, incluso en perjuicio de algunos intereses, deseos o afectos.
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Considerar si en realidad apreciamos la selección que hemos hecho, si nos sentimos cómodos con ella y si estamos dispuestos a afirmarla en público.
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Comportarse en forma congruente con la selección que se ha hecho y aplicarla habitualmente. Como puedes ver, la evidencia de si poseemos o no firmemente un valor está dada por la congruencia entre lo que pensamos y sentimos, lo que decimos y lo que hacemos: con la cabeza, el corazón y las manos.
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Se ha comentado que los valores suelen ser muy estables y que las actitudes son inclinaciones permanentes que llevan a reaccionar de determinada manera frente a ciertas situaciones.
Tomado de:http://www.cursosinea.conevyt.org.mx/cursos/un_hogar/contenido/revista/9.htm