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Era verano. Todavía puedo sentir el calor abrasador que entraba por el tragaluz de aquel oscuro almacén. Tuve que adaptarme rápido: el resto de carros ya eran capaces de rodar y yo ni siquiera había aterrizado aún en este mundo. Me presioné para intentarlo cuanto antes, pero, de repente, noté cómo dos manos me palpaban la tela; noté cómo me agarraban del asa; noté cómo mis ruedecitas dejaban de tocar el suelo; noté cómo me cubrían con un plástico; noté cómo me alejaba de allí y no sabía a dónde. -
Tardé 1 día en llegar. Aquel hombre me recibió con amabilidad quitándome el asfixiante plástico de encima y colocándome con mimo en un rincón de su tienda. Pasaba los días observando el trajín de la ferretería. Algunos clientes llegaban con sus carros elegantes y disciplinados; tomaba nota de ellos para cuando llegase mi turno. También hice algunos amigos: unas tijeras de cocina y un palo de escoba. Desgraciadamente, ellos se fueron antes... Espero que estén bien.
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Recuerdo perfectamente su mirada de convicción mientras decía: "Este. Me le llevo". Su dedo, firme, me señalaba. Por un momento, sentí cómo la angustia me invadía, tenía miedo a lo desconocido: "¿cómo va a ser mi vida fuera aquí?", "¿llegaré a ser un buen carro?"... Pero sus siguientes palabras me hicieron saber que ella era la persona con la que estaba destinado a toparme: "Es muh bonico y parece que cabe mucha cosa. Es perfecto". Salí rodando feliz de la tienda. Destino: una nueva vida. -
Hemos vivido muchos años juntos. Hemos compartido muchos recados y ruedos juntos. Gracias a ella he comprendido muchos aspectos sobre la vida; por ejemplo, que no nacemos aprendidos, que cada uno con su experiencia va deduciendo su forma más adecuada de hacer las cosas. Eso hice yo. A base de rodar y transportar, encontré mi manera óptima de hacerlo y de ayudarla a ella. Estoy muy contento de haberme topado con ella y de haberla servido. Yo creo que ella también; su delicadeza lo decía todo.
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No la volví a ver desde aquel día. Sus hijos seguían viniendo a casa, pero ella no. Había un ambiente raro, silencioso, triste... Sabía lo que pasaba, pero me negaba a reconocerlo. Pasaban los días, las semanas, los meses..., pero no regresaba. Me negaba a reconocerlo. Me volví a sentir como en la tienda, volví a ser un mero observador..., aunque tampoco había mucho que observar. La vida sin ella no era lo mismo.
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Pensaba que mis ruedas se oxidarían y que mi tela se carcomería mientras veía la vida pasar en aquel rinconcito de la casa. Pero no. No me lo podía creer: su mano era igual de cariñosa que la de ella, me trataba con la misma sutileza y con el mismo cuidado que ella. "Tú te vienes conmigo". Su brillo en los ojos me recordó al de ella. Me devolvió la esperanza.
Ella sería mi nueva acompañante. Se abrió un nuevo capítulo en mi vida... Gracias a ella. -
Esta nueva vida me gusta. Estoy muy tranquilo con mi nueva acompañante de recados. No me carga mucho, es consciente de que ya tengo mi edad y no doy para tanto. Tampoco vamos muy lejos, que las ruedas ya me empiezan a fallar. Creo que ya no me queda mucho... De todas formas, estoy muy feliz de poder terminar mi vida útil en esta familia, ahora con su hija y con su nieta. También tienen un perrito, es muy majo. En esta casa se respira un ambiente parecido al otro... Es mi nuevo y último hogar.
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Hoy estamos aquí para conmemorar la vida y alabar la gran labor de este carro de la compra. Acompañó Doña Mari durante sus últimos 20 años y fue acompañado por Doña Nerea en sus últimos días. Aguantó grandes pesos y se encontró con muchos obstáculos, pero supo continuar su senda sin doblarse. Su trabajo se vio recompensado con unos últimos días de servicio calmados y cariñosos. Dale, Señor, el descanso eterno y que brille para él la luz perpetua.