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La abuela dio voces de guerrero para informar a todos que su nuera, como buena guerrera, había salido vencedora en su combate entre la vida y la muerte.
Enseguida abrazó el cuerpo de su nieta contra su pecho y la besó repetidamente.
La recién nacida, hija del tlatoani de Painala, fue recibida por los brazos de su abuela paterna. -
Los
poderosos rayos de luz del astro solar atravesaron las pupilas de la abuela con tal
magnificencia que dañaron irremediablemente su vista. En ese momento pensó que
tal vez ése era el sentido de los alumbramientos: el acercamiento a la luz. También
comprendió que al estar ayudando a su nuera a dar a luz, se había convertido en
un eslabón más de la cadena femenina formada por generaciones de mujeres que
se daban luz unas a otras. -
Su padre nunca logró que Hernán fuese aceptado como paje, así que esa
posibilidad quedó descartada. Lo colocaron como monaguillo en la iglesia, pero no
pasó de ahí, tal vez porque su carácter no se prestaba para servir a Dios de esa
manera. Por último, Cortés asistió a la Universidad de Salamanca, donde aprendió
latín y estudió por algún tiempo leyes. Sin embargo, prefirió levantar el ancla y
zarpar al Nuevo Mundo en busca de oportunidades. -
Malinalli bordaba plumas a una capa que había elaborado para su hijo. La había
fabricado con plumas que había salvado del palacio de Moctezuma, con hilo de
algodón que había encontrado tirado en lo que había sido el mercado de Tlatelolco,
con piedras de jade y conchas marinas que Cortés le había regalado, pues para él
no tenían valor alguno. Era la capa de un príncipe. Así quería Malinalli que luciera el
día de su bautizo. -
Pasada la medianoche se oyeron las risas y el bullicio que hacían la madre de
Malinalli y su nuevo señor. Venían alegres y muy animados, pues el hombre, al
calor del Fuego Nuevo, le había propuesto matrimonio y ella, gustosa, había
aceptado de inmediato. -
Cortés, durante la misa, recordó el momento en que se había despedido de su
madre antes de partir para el Nuevo Mundo. Recordó su aflicción, sus lágrimas y el
cuadro de la Virgen de Guadalupe que le había regalado para que siempre lo
acompañara. Cortés estaba seguro que esa virgen era quien le había salvado la
vida cuando un escorpión lo había picado y le pidió en ese momento que no lo
abandonara, que lo cuidara, que fuera su aliada, que lo ayudara a triunfar. -
... Si era capaz de pulir las piedras de un río, ¿qué no iba a poder hacer en el
interior del cuerpo humano? El agua perfectamente podía purificar y abrillantar
hasta el más duro corazón. A pesar de que Malinalli no había podido orar al dios del
agua como se acostumbraba dentro del temascal, ya que Cortés no había dejado de
interrumpirla, sentía que de alguna manera el ritual había tenido efecto, vio salir a
Cortés purificado, renacido, cambiado. -
El frío era insoportable. Llevaban días caminando. Cortés se había empeñado en
llegar a Tenochtitlan a como diera lugar.
Después de haber errado el camino varias veces, descubrió que le estaban
dando indicaciones falsas para llegar a la gran ciudad de los mexicas, así que en
contra de todo consejo, decidió cruzar entre el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, los
dos volcanes que vigilaban el valle del Anáhuac. -
Cortés y sus acompañantes fueron instalados en el palacio de Axayácatl,
antiguo gobernante, padre de Moctezuma. Era un edificio rectangular de una
planta, con muchos patio interiores y jardines. Algunos de ellos albergaban fieras,
plantas exóticas, aviarios donde Moctezuma gustaba de cazar aves con su cerbatana. -
Malinalli consideraba un privilegio poder observar la celebración. Le gustaba
estar en la gran Tenochtitlan, ser parte de ella. A veces, cuando regresaba del
mercado no podía evitar pensar en lo diferente que habría sido su destino si en vez
de haber sido regalada a los mercaderes de Xicalango, la hubieran destinado al
servicio de Moctezuma: le habría encantado ser una de sus cocineras. -
Malinalli sintió miedo y la invadió una sensación de desconsuelo. El alcohol era
mal compañero del hombre y los dioses. A Quetzalcóatl lo había trastornado de tal
forma que había sido capaz de fornicar con su hermana, y se decía que Cortés, bajo
la influencia del alcohol, había estrangulado a su esposa. ¡Ese hombre era capaz de
asesinar! Un sentimiento trágico circuló por su sangre y le advirtió del peligro que
corría. -
La muerte no la espantaba, todo a su alrededor le hablaba de cambio, de
transformación, de renacimiento. Tenochtitlan había muerto y en su lugar se
edificaba una nueva ciudad que estaba dejando de ser espejo para convertirse en
tierra, en piedra. Cortés estaba dejando de ser el conquistador para convertirse en
el marqués del Valle de Oaxaca. Y ella pronto iba a experimentar su última
transformación. -
Varias veces invitaron a Jaramillo a ir a la misa de celebración de la caída de
Tenochtitlan, mismas que él se negó. Años más tarde, rechazó el honor que le
habían conferido de sacar el pendón en la fiesta de san Hipólito, lo cual las
autoridades consideraron un desacato.