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Ocurre con la caída del Imperio Romano de Occidente, en la que este ejército fue perdiendo la autoridad de ejercer sus reglas, y la mayoría de terrenos políticos fueron divididos en entidades políticas. El problema principal fue la pérdida de capacidad del Imperio Romano de ejercer su dominio, tanto de sus fuerzas como de la administración.
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Esta caída ocurrió debido a que este reino hizo un pacto con las tropas musulmanas y les dieron paso a entrar en el reino. La entrada de estas fuerzas en Hispania dió lugar a numerosas rebautizaciones, como por ejemplo, la de Al-Andalus.
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El Califa de la familia Omeya era la persona encargada de controlar los aspectos políticos y religiosos. Al-Andalus era provincia del imperio a mando del que fuese el gobernador; el llamado walí.
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La familia Omeya es destronada tras un Golpe de Estado. Tras esto, el poder recae sobre la familia Abbasí, los cuales establecen la capital en Bagdad. En Al-Andalus quedaba el último superviviente de la familia Omeya, Abderramán, al que reconocen como gobernante de territorio. Tras esto, consigue romper la dependencia política con Al-Andalus.
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Abderramán III se proclama califa de los creyentes, asumiendo poderes políticos y religiosos. También rompe la dependencia de Al-Andalus con otros territorios.
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Años después del Califato de Córdoba, este se separa y Al-Andalus se convierte en varios reinos musulmanes enfrentados entre sí. La unidad se restauró hasta dos veces, primero por los almorávides, y después por los almoades.
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Surgen las asambleas representadas por miembros de la nobleza, clero y ciudades. Estas fuerzas políticas, carecían de poder legislativo.
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Gracias a Fernando III de Castilla, surgió la unión definitiva entre Castilla y León. Proceso que fue muy complejo tiempo antes ya que habían numerosas diferencias entre ambas coronas.
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Los almohades perdieron ante os reyes cristianos, y estos obtienen un control general, menos de Granada. Mantienen durante 2 siglos la existencia de Al-Andalus en la Península.