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Nace en Córdoba, hijo de Francisco de Argote y doña Leonor de Góngora. Su padre era juez de bienes confiscados por la Inquisición y bibliófilo notable.
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A los quince años pasa a estudiar en Salamanca, donde se aficiona más a la poesía, los devaneos amorosos y los juegos de azar -pasión que siempre había de dominarle- que a los cánones y leyes
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Al abandonar, cuatro años después, la Universidad (1580), no traía grado alguno académico, pero sí cuantiosas deudas. Por protección de sus parientes obtiene en Córdoba un beneficio eclesiástico.
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El parece que estaba ordenado in sacris a los veinticuatro años, pues ya asistía (1585) a los cabildos de la catedral.
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Se le acusa ante el obispo de asistir poco al coro y frecuentar, en cambio, espectáculos profanos (teatros y corridas de toros) y entregarse con exceso al juego. También se le reprende por hablar durante los oficios canónicos; a lo que contesta, no sin cierto gracejo, que guardaba en el coro silencio por necesidad, pues se hallaba sentado entre un sordo y un prebendo que nunca deja de cantar.
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Con una comisión del cabildo recorrió muchas partes de España: Galicia, Navarra, León, ambas Castillas, etc. Numerosos sonetos recuerdan su paso por varias cuidades. También hizo muchos viajes a Madrid y uno especial a Salamanca , donde cayó enfermo de cuidado. “Muerto me lloró el Tormes en su orilla”, escribe en uno de sus sonetos.
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Su viaje a Cuenca, así como los que hizo a Granada y Toledo, debieron de impresionarle hondamente. Del primero queda el delicioso romance: En los pinares del Júcar
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Probablemente, arteriosclerosis prematura, cuyos síntomas empezaron a manifestarse en 1609.
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Siempre falto de recursos, agobiado de deudas, obsesionado por ir a Madrid, donde esperaba brillar al lado de Lope y tanto como él, obtiene al fin, y por mediación del duque de Lerma, una capellanía de honor de Felipe III. Góngora le pagaría el favor dedicándole varias poesías, sonetos y canciones Su estancia en la corte le acarreó no pocos disgustos, por su carácter agrio y su lenguaje mordaz. Pronto se enemistó con los más altos ingenios de la época.
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Góngora divulgó su larga silva Soledades en 1613, poema que quedó inconcluso tras una segunda parte y que escandalizó no poco, suscitando un gran debate estético sobre poética, no pocas sátiras por parte de los partidarios de la forma canónica del conceptismo
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De tiempo atrás, Góngora venía arrastrando una grave enfermedad parece que en su juventud tuvo amores con una dama incógnita. Privado de la memoria un año antes de morir, con frecuentes dolores de cabeza y desvanecimientos, sucumbió de apoplejía en mayo de 1627, a los sesenta y seis años de su edad. Todo el mundo, hasta sus mayores enemigos, enmudeció ante la muerte del gran hombre. Sólo la musa de Quevedo, implacable y brutal, se atrevió a perseguirle más allá de la tumba.
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tras residir en Madrid volvió a Córdoba y en ese año murió.
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José Pellicer, quien compuso unas Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote
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Composiciones de Cristóbal de Salazar Mardones, autor de una Ilustración y defensa de la fabula de Píramo, Gongora y Tisbe (Madrid, 1636)
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Hay, asimismo, elementos gongorinos en el teatro de Pedro Calderón de la Barca y los autores de su escuela, y en la oratoria sagrada del padre Hortensio Félix Paravicino, pero el abuso de esta estética en la oratoria sagrada degeneró hasta el punto de hacer incomprensibles al pueblo los sermones, de suerte que en el siglo XVIII se alzaron las voces de Gregorio Mayans y Siscar en su obra El orador cristiano.
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la novela satírica del jesuita padre José Francisco de Isla Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas para rechazar los excesos en que había degenerado ese estilo. Sin embargo, esta estética se revalorizaría cuando Paul Verlaine y Stéphane Mallarmé encontraron en ella un precedente del Simbolismo poético francés y, ya en el siglo XX, en una fase de la evolución común de los autores de la Generación del 27 y en el estilo de los nueve Novísimos.