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El origen formal de estos conceptos se remonta al siglo V a. C. en la Grecia clásica, tomando como eje rector la Atenas de la época de Pericles, quien fue reconocido por lograr el esplendor de esa ciudad de acuerdo con los preceptos de la democracia.
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La primera concepción de ciudadano (el de Atenas) señalaba que todo aquel hombre libre y mayor de edad que formara parte de la polis era ciudadano; esto significa que esclavos, niños, mujeres y extranjeros no contaban con la garantía de la ciudadanía.
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En la antigua Grecia, los ciudadanos gozaban de tres derechos fundamentales:
1. Igualdad ante la ley y el ágora (plaza pública).
2. Libertad para expresarse en la asamblea de la polis y para votar en la toma de decisiones.
3. Participación en las asambleas y los tribunales de justicia. -
En la antigua Roma, la ciudadanía se obtenía alrededor de la estancia en las civitas (ciudades). En general, la cultura romana adoptó muchas de las tradiciones y concepciones de la sociedad griega.
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Siglo XV, en la época renacentista, cuando la garantía de ser ciudadano la daba el hecho de pertenecer a grupos de poder, como gremios o cofradías; además, el poder económico permitía comprar títulos que garantizaran un estatus alto en la sociedad.
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Dicho sistema autoritario de gobierno prácticamente dejó de lado la idea de ciudadano, para dar paso a la concepción de súbditos de la Corona.
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En el siglo XVIII, la Revolución de Independencia de las trece colonias (que hoy con forman Estados Unidos) y la Revolución Francesa retomaron los ideales del humanismo y, enarbolando la bandera de la igualdad, legalidad y fraternidad, se logro terminar con las condiciones sociales del absolutismo.
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Después de las revoluciones del siglo XVIII y el logro de esta tus general de ciudadanos a todos los miembros de un Estado, las luchas por las condiciones óptimas de la ciudadanía no cesaron.