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Son seres capaces de percibir su entorno y actuar en él de manera adaptativa a través de proteínas que actuan como receptores y motores, aunque estén compuestas de una única célula.
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Son una especie de células madre de las células nerviosas precursoras de las que disponemos. Conectaban la “piel externa” o epidermis y la “piel interna” o endodermis de los primitivos seres pluricelulares, permitiéndoles “sentir” el medio externo y responder a estimulaciones táctiles y químicas.
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Este paso evolutivo lo tuvieron los celentéreos y equinodermos hace unos 580 millones de años, en ellos se encuentra un tejido nervioso propiamente dicho, junto con fibras musculares, glándulas y células sensoriales.
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Estas neuronas no tenían una diferenciación clara y funcional de axones y dendritas y el problema de los primeros seres que dispusieron de estas neuronas es que no estaban organizadas de una manera tan efectiva. Su sistema nervioso era una maraña. No obstante, esta maraña de neuronas empezaba a permitir uno de los hechos más importantes que caracterizan a las especies más desarrolladas: la plasticidad del comportamiento, aunque eso sólo en los seres más evolucionados del momento.
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A nivel individual, las neuronas comenzaron a disponer de su organización característica. A nivel de conjunto, en esa maraña “sin sentido” aparecieron los ganglios o núcleos, esto es, pequeñas agrupaciones neuronales con unidad funcional. Esta organización ganglionar permitía un contacto más rápido entre las neuronas que formaban parte del mismo núcleo. A partir de estos “centros de procesamiento” extendían sus axones a otras neuronas y núcleos.
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Hace unos 520 millones de años, durante el inicio de la llamada explosión del Cámbrico supuso toda una revolución evolutiva en la que apareció de forma repentina una enorme cantidad de organismos multicelulares mucho más complejos que en la etapa anterior, el llamado precámbrico.
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Un ganglio fue elegido por la Selección Natural para volverse el principal centro de procesamiento de la información: el ganglio encefálico. Se trata de un ganglio especialmente importante por ser el primer ganglio que entraba en contacto con el nuevo medio cuando éramos seres reptiles. Cuando las lombrices reptan, la cabeza es lo primero que llega a lo nuevo.
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La evolución dio lugar al filo de los cordados, los seres vivos que disponen de una cuerda dorsal compuesta por neuronas formando diversos núcleos. Esta cuerda parte del ganglio encefálico y alberga los cuerpos de neuronas que transmiten la información al resto de ganglios u órganos. Es en los vertebrados donde la médula espinal alcanza mayor desarrollo y donde las funciones están organizadas rostrocaudalmente y ventrodorsalmente (fluyen las vías motoras y fluyen las vías sensitivas).
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Antes de que surgiera nuestro cerebro, el ganglio encefálico siguió creciendo en complejidad y se conformaron diversas unidades que ahora conocemos como tronco del encéfalo, diencéfalo y cerebelo, conjuntos de núcleos y conexiones entre ellos. El cerebelo es una parte del encéfalo que ha tenido una evolución peculiar dentro de estas unidades, mientras que el tronco encefálico y diencéfalo han mantenido unas estructuras bastante similares a lo largo de la evolución.
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Los hemisferios cerebrales son la parte más nueva de nuestro sistema nervioso. Están formados por núcleos y los haces que unen esos núcleos. La corteza cerebral es uno de ellos. Es la organización neuronal compleja en capas y columnas que se arruga dentro de nuestro cráneo y es origen de funciones de procesamiento complejas como la memoria, el lenguaje, la imaginación, la consciencia, etc. Pero su aparición no fue repentina y no es patrimonio exclusivo nuestro.