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Una de las instituciones que más contribuyó al desarrollo y esplendor del grabado fue la Real Calcografía, creada en 1789. Su origen se encuentra en el Plan de grabadores del Rey, redactado en 1788 por Manuel Monfort, director de la Imprenta Real desde 1784.
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Los beneficios obtenidos desde 1789 hasta diciembre de 1793 alcanzaron la cantidad de 46.074 reales; el número de láminas de cobre ingresadas fue de 1.455 y se tiraron en sus tórculos un total de 1.095.216 estampas. En diciembre de 1794 el superávit era de 58.215 reales, el número de láminas ascendía a 1.556, y en ese año salieron del taller 347.426 estampas.
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Se colocaron dos tórculos en la sede de la Imprenta Real dando comienzo la estampación de láminas. La primera estampa que salió de esos tórculos, el 29 de abril de 1789, fue el retrato de Floridablanca grabado por Joaquín Ballester.
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Excepcional adquisición fue la efectuada a comienzos de la década de 1790 de las trece láminas de Francisco de Goya sobre otros tantos cuadros de Diego Velázquez, El agarrotado y la efigie de San Francisco de Paula.
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Dicho reglamento establecía como primer objetivo de la institución “estampar los Vales Reales y del Real Canal de Tauste por lo mucho que interesa su custodia y seguridad, para que se reúnan aquí todas las láminas costeadas por el erario y por la vía de Estado, que se hallen esparcidas en poder de personas particulares, y para que la Imprenta Real tenga a mano Estampería para las obras que se le ofrecen”.
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La historia de la litografía comenzó una mañana de 1796. Sin poder contar con la ayuda del compositor Geisner para dibujar las partituras al revés, Senefelder se encontró en un aprieto. Pero observa que al escribir sobre papel con un lápiz plombalgine y humedecer el papel y aplicar presión sobre la piedra podemos ver la escritura al revés sobre la piedra. Descubre así el principio de la autografía que le lleva poco a poco al diseño de la litografía moderna.