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El siglo se inicia en un ambiente que mezcla el optimismo por los avances tecnológicos y la nostalgia de un pasado idealizado, encarnado en el espíritu del fin de siècle de la literatura del siglo XIX. Un ejemplo de esta dualidad la encarna el novecentismo catalán, que al mismo tiempo quiere modernizar el arte y abrazar los nuevos tiempos, entronca con los clásicos grecolatinos y reivindica el Mediterráneo como espacio histórico, vinculándose con las civilizaciones anteriores.
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La segunda década está marcada por la Primera Guerra Mundial, que para muchos estudiosos marca la primera auténtica rotura literaria del siglo. Así, bien que los autores de 1910 a 1914 todavía pueden mostrar un optimismo y un deseo de modernización, la guerra hace que todos los escritos hablen de la condición humana, la muerte, el destino europeo y la decadencia de la ética.
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La influencia de la música y el cine comienza a hacerse patente en los escritos, que adoptan un ritmo más rápido. En este contexto surge con fuerza el surrealismo, recogiendo los hallazgos del psicoanálisis como punto de partida para explorar el mundo de los sueños y de las asociaciones de imágenes. Esta exploración llega a la religión y la mitología, donde empiezan a destacar los trabajos de Mircea Eliade.
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En los años 30 vuelve la literatura más reflexiva, que analiza el contexto histórico y preludia el existencialismo, como por ejemplo la obra de André Malraux o Louis-Ferdinand Céline. Los autores de muchos países están marcados por la situación política, con cambios de régimen y el auge del totalitarismo.
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El diario de Ana Frank, escrito durante esta época, puede ser visto como uno de los libros inaugurales de esta tendencia, y Primo Levi como uno de sus máximos representantes. Surge el existencialismo, con las obras de Jean-Paul Sartre, ante la angustia de un error repetido, la falta de sentido de la vida y la libertad combativa que se opone a ella.
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La posguerra está marcada por los autores de la década anterior, que continúan tratando temas existencialistas y con pluralidad de puntos de vista, la nueva generación beat y la consolidación de los subgéneros novelísticos, especialmente la literatura fantástica y de ciencia ficción. Nace la novela de espionaje, que pasará a la pantalla como thriller, con personajes como James Bond de Ian Lancaster Fleming.
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Los años 60 profundizan en el cuestionamiento del sistema iniciado la década anterior, de manera que se presta atención a las obras que simbolizan la contracultura; se aborda el tema del papel de la mujer, incorporando el feminismo la crítica literaria o usando incluso la ciencia ficción,6 y se da voz a las minorías étnicas y sociales, así como otras literaturas no occidentales.
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Los años 1970 marcan la convivencia de diversas tendencias simultáneas, en una mezcla que será una constante hasta finales del siglo. Por un lado, continúan publicando los autores respetados del pasado y se insiste en la literatura experimental, pero por otro lado algunos escritores reivindican las formas clásicas de la literatura, y conviven con productos diseñados específicamente para el consumo masivo, con influencias de la televisión
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La década de los 1980 está marcada por el auge de la novela histórica, como demuestra el éxito de Umberto Eco o Ken Follett, la literatura de fantasía (las obras paródicas de Terry Pratchett o las de Dragonlance, que emparentan el género con el juego de rol), y el relato de vidas de antihéroes.
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No hay todavía suficiente distancia como para tener una imagen clara de lo que significó la última década del siglo XX en literatura, pero sí hay tendencias que se pueden destacar, como el nacimiento de la relación con Internet. Se intenta hacer balance, por eso proliferan los rankings de los mejores libros del siglo o incluso de la historia. Japón está marcado por el auge del anime, el manga y su exportación a Europa, lo que contribuye a revalorizar el cómic como género literario