-
Nadie lo vió desembarcar en la noche, el hombre venía del sur y su patria era una aldea que estaba aguas arriba. Se arrastró ensangrentado hacia un templo cubierto de cenizas por fuegos antiguos. Una noche, unos higos y un cántaro le advirtieron de que hombres de la región espiaron su sueño con respeto y solicitaban su amparo o temían su magia.
-
El quería soñar con un hombre con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. El arroz y las frutas de si tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo.
-
El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: Nubes de alumnos taciturnos. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, cosmografía, de magia. El hombre, en el sueño y la vigilia consideraba las respuestas de sus fantasmas.
-
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos, licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno.
-
El hombre quiso explorar la selva, extraviarse; apenas alcanza entre la cicuta unas rachas de sueño débil.
-
Antes de ejercitarlo se dedicó a reponer fuerzas que había malgastado en el delirio. Abandonó toda premiditación de soñar
-
Soñó con un corazón que latía. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No soñó durante una noche.
-
El hombre casi destruyó toda su obra pero se arrepintió. Este multiplo Dios le revelo que su nombre terrena era fuego, en el templo circular le habían rendido sacrificio.