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Al derribar, a nombre del bien común, con el apoyo
de los militares, el gobierno de Jorge Tadeo Lozano. -
Se dio debido a que cada sector pensaba que representaba al pueblo
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Mediante “actas populares” organizadas
por autoridades militares o civiles. -
Conservadores y Liberales
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Sus enemigos consideraron, recordando la historia antigua y el atentado a Julio César, que era lícito usar la fuerza contra el tirano y trataron de derribarlo en septiembre: algunos de los conjurados estaban dispuestos a matar al dictador.
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Los militares bolivarianos, sobre todo venezolanos, proclamaron dictador al general Rafael Urdaneta, que gobernó unos meses: la mayoría de los dirigentes neogranadinos defendió al gobierno legítimo contra una usurpación militar, ilegal, bolivariana y venezolana. Estos incidentes muestran que, para la mayoría de los políticos
y jefes militares, era legítimo violar las leyes fundamentales para defender lo que consideraban el bien común o la salud de la patria. -
Se adoptó una nueva constitución que cambió en algo la de Cúcuta:
concedió el voto sin restricciones de riqueza o renta (pero excluyó
a los sirvientes y jornaleros), mantuvo el centralismo, creó
cámaras de provincia electivas con la idea de “ensayar” instituciones
de gobierno local para educar a los ciudadanos en el autogobierno
y avanzar en forma paulatina hacia la federación. -
Atacó a los que habían apoyado la dictadura de Bolívar y trató con severidad dos intentos de revuelta. Creía que el orden y el respeto de la ley eran esenciales para la libertad, fue un administrador cuidadoso, mantuvo una política proteccionista, aunque se negó a prohibir la entrada total de las manufacturas que competían con las locales. Revivió además la enseñanza de las doctrinas de Bentham, lo que reanimó las discusiones sobre el liberalismo y la Iglesia.
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Se unían los antiguos bolivarianos (Tomás Cipriano de Mosquera, Pedro Alcántara Herrán, José Manuel Restrepo) con enemigos de la dictadura convertidos en defensores del orden tradicional.
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Produjo una revuelta religiosa en Pasto, con el apoyo del clero local y de antiguos guerrilleros enemigos de la Independencia.
Los jefes liberales de provincia, resentidos por la pérdida del poder en 1837 y por la política de Márquez, ansiosos de retomar la promesa federalista y las reformas liberales de antes de 1827, se sumaron a la revuelta, que fue encabezada por el general José María Obando, -
En varias provincias, a nombre del federalismo y del poder local, y en defensa de Obando, antiguos generales de la Independencia o nuevos generales liberales se pronunciaron y asumieron el poder como “jefes supremos” y llevaron al país a una larga y costosa guerra de casi tres años, de 1839 a 1841, que terminó con el triunfo del gobierno y el debilitamiento brusco del liberalismo.
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Cuando fue elegido presidente el general Pedro Alcántara Herrán, quien derrotó a Vicente Azuero. Herrán tuvo como principal ideólogo de su gobierno, en lo que era ya un coherente proyecto conservador, a Mariano Ospina Rodríguez. Éste fue ministro del Interior y promovió una drástica reforma educativa, para erradicar las influencias benthamistas.
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Limitó la ciudadanía a los propietarios y ricos de más de veinticinco años y reforzó el centralismo y los poderes presidenciales, al grado de que el joven político Rafael Núñez la juzgó una “monarquía constitucional”.
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Sobrino de uno de los regentes de España en 1810, dueño de minas y esclavos y señor de haciendas e indios, fue defensor firme de la dictadura de Bolívar, parecía una obvia consagración de la continuidad. Sin embargo, su gobierno se orientó, más que a la defensa del orden y la tradición, a la búsqueda del progreso. Al poner en primer lugar, aunque en forma poco ideológica, el fomento a la producción y el desarrollo material, cambió el debate político.
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Las discusiones de 1846 a 1848 volvieron a poner sobre la mesa la ciudadanía, si debía adoptarse el sufragio universal y no sólo tener una república liberal sino una “democracia” así como el federalismo y el gobierno local.
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Trabajadores y estudiantes radicales crearon una Sociedad
Democrática de Artesanos, y pronto se formaron decenas de clubes populares liberales, a los que respondieron sociedades populares conservadoras. En las calles de Bogotá, Cali y las ciudades de la costa la agitación popular crecía. Esta retórica produjo una reacción temerosa de los dirigentes tradicionalistas,